sábado, 1 de septiembre de 2007

EXCUSÁNDOME.
Voy a tener que decidir y renunciar a un boroñu y a una caja de sidra que me está esperando sólo por saltar al campo con esta gente. Ahora entiendo a los que buscan la felicidad a través de un camino de excusas tan nobles como ésta. También es otra forma de juzgar a las personas. A algunos se les conoce por sus faltas. Habrá quien vea en la manera de escapar de un compromiso otra formula más de conocimiento, como la que analiza la obra del pintor, los síntomas del enfermo o los hábitos alimenticios de un animal de granja, una secuencia de comandos que siempre conducen dando vueltas al mismo punto.

Estos días he tenido excusas para dar y regalar y las he tenido que despachar a todas con el mismo desdén. De acuerdo, todas son distintas. La del perezoso, la del jeta, la del pusilánime o la del hijoputa. Está el que te llama a primera hora de la llamada, con la esperanza de encontrarse con el movil desconectado, y el que no se atreve a llamar. Pero al final siempre es lo mismo. Detrás de cada razón inexcusable o cada motivo de muerte está el mismo boroñu, la misma orgía carnavalesca o el dictado de hacer lo que me sale de los cojones que lo justifica todo. En tantos siglos de historia las variantes que terminan el cuento no son ilimitadas. A todos ellos, muchas gracias.